lunes, 17 de marzo de 2014



La relación ontológica es una estructuración como producto de unir en la mente las esencias de dos o más entes y obtener una unidad ideática más abstracta. La unión es una síntesis que produce una idea más universal. Inversamente, la intersección de dos o más conjuntos de ideas produce a través de este análisis una idea menos universal. El fruto del proceso del pensamiento abstracto es la idea o concepto.




Patricio Valdés Marín



La esencia


Existen dos escalas en las relaciones ontológicas. La escala menor relaciona la imagen de un objeto individual concreto con la estructura ideática de la cual es una unidad discreta. Por ejemplo, mi vecino Juan es un hombre o Micifuz es mi gato. La escala mayor de relación ontológica relaciona dicha estructura ideática con otras estructuras similares y obtiene una estructura conceptual de escala mayor y de la cual las anteriores forman parte como unidades discretas. Además, para definir dicha estructura conceptual con precisión, le agrega su función específica, que la caracteriza y la diferencia de las otras unidades discretas. Por ejemplo, un hombre es un animal racional o un gato es un felino doméstico.

De este modo, una relación ontológica es una estructuración, a una escala menor, de unidades discretas de representaciones de imágenes e ideas de entes más concretos para producir una idea. A una escala mayor se estructura una unidad conceptual más abstracta que incluye solo ideas como sus unidades discretas. Puesto que incluye otros conceptos que la definen o la comprenden, se identifica naturalmente con una proposición. Una proposición es la relación explícita y asimétrica (la relación simétrica es una tautología) de dos o más conceptos o ideas. Únicamente los seres humanos tenemos el poder de abstracción y de razonamiento que nuestra enorme capacidad cerebral nos otorga para, en una primera instancia, abstraer ideas y generar una relación ontológica. De esta relación, se obtiene una proposición que puede ser altamente abstracta, en el sentido de llegar a no tener una referencia directa con algo concreto.

La palabra ontología proviene del griego y significa conocimiento de entes. Un ente es un ser, una cosa, pero en tanto es inteligible; es lo que produce la esencia, aquello de la cosa que está referido a nuestro conocimiento abstracto. Luego, un ente, por estar referido a nuestro intelecto, es un objeto. Y lo que está referido de una cosa individual a nuestro intelecto es la imagen de la cosa.

Toda cosa es una estructura funcional. Lo que primeramente conocemos de la cosa son sus funciones que afectan a nuestros órganos de sensación, o sus accidentes, en términos aristotélicos, o su apariencia, el fenómeno, en términos kantianos. La “información” (Aristóteles diría, por el contrario, la “forma”) que aporta la cosa es recibida por el cerebro a través de los sentidos, y estructurada como percepción. Nuestro intelecto, tal como el ojo que está adaptado a captar la gama de radiación más intensa del Sol, ha evolucionado para poder conocer precisamente la realidad como aparece. Lo que primero conocemos de una cosa es aquello que se manifiesta concretamente de ella como percepción (visual, auditiva, táctil, etc.), y segundo, en una escala mayor, conocemos su imagen.

Pero además, y en contra de la opinión de Kant, también nuestro intelecto puede conocer la “cosa en sí,” el noumena kantiano. Ello lo efectúa mediante la relación ontológica a partir del conocimiento de cómo funciona la cosa que conoce y con qué una cosa se relaciona. El “cómo” funcionan las cosas deriva del conocimiento de las relaciones causales que la ciencia empírica descubre en su actividad. De este modo, la cosa en sí es una estructura que se comprende por ser parte de una estructura de escala superior y por sus funciones que derivan del ejercicio de las fuerzas de sus subestructuras, de escalas inferiores.

La abstracción es la capacidad de nuestro intelecto para construir o estructurar relaciones ontológicas. No es, como lo entiende la epistemología aristotélica, la asimilación o la captura de la forma inmaterial de la cosa concreta por el intelecto. La forma contendría la esencia, y tras tener la experiencia de uno de estos entes, se conoce al resto de los entes de la misma forma. Se supondría que la esencia tiene una naturaleza anterior al ente, pudiendo ser compartida por un número de ellos. Por el contrario, la idea es una producción de nuestro pensamiento a partir de la experiencia de cosas cuyas imágenes, y no sus formas, llegamos a conocer. Cuando relacionamos una cantidad de entes por sus imágenes, no sólo distinguimos aquello que tienen en común y que los diferencia del resto, sino que también los ubicamos como perteneciendo o formando parte de otros entes. Aquello que los agrupa por lo que tienen en común constituye una idea. Por ejemplo, si son artefactos que tienen en común manubrio, sillín, dos ruedas y pedales, son ‘bicicletas’, y si en vez de pedales tienen motor, son entonces ‘bicimotos’.

La esencia es aquello que toda cosa tiene en cuanto objeto de conocimiento. Se compone de la esencia correspondiente a la estructura de la cual es una unidad discreta, que es su parte genérica, y de la esencia correspondiente a su propia función, que es su parte específica, por ejemplo, planeta con biosfera, tablero apoyado-en-patas, rumiante lechero, artefacto-volador autopropulsado. Aunque las esencias pertenecen a las cosas en cuanto entes u objetos de conocimiento, pueden ser comunes a varias cosas y, en este sentido, nuestro intelecto las relaciona antológicamente y obtiene una idea de escala superior. Cada cosa tiene su propia esencia, que es lo que afirman los nominalistas, pero también cada relación de entes toma aquello de su esencia por lo que las cosas relacionadas en nuestra mente poseen en común.

Por lo tanto, si una imagen es la representación en la mente de una cosa individual concreta, una idea es la representación del común denominador de un conjunto de cosas individuales y/o conceptos abstractos, que es la estructura de escala superior que las engloba, pues ésta relaciona en sí misma una cantidad de entes más o menos concretos por lo que tienen en común. La referencia de los diversos entes a una sola esencia es lo que se puede denominar ‘relación ontológica.’ La relación ontológica corresponde a las partes de las esencias de las cosas que son comunes entre ellas. El producto de la relación ontológica es la idea o concepto. Entre la diversidad de cosas que experimentamos algunas de ellas tienen un tronco enraizado en el suelo que se proyecta hacia arriba en follaje. A tales cosas las podemos reunir bajo un concepto que podemos denominar “árbol”, siendo su esencia el ser un vegetal leñoso. Una relación ontológica termina por adquirir formalmente la estructura de una proposición o un juicio que contiene un sujeto y un predicado. Cuando advertimos que el follaje es verde, podemos decir “el árbol es verde”.


La unión y la intersección


La relación ontológica se verifica sobre la base de la cantidad de entes. En efecto, su mecanismo tiene por objeto la obtención de las esencias, que son las unidades inteligibles, a partir de las ideas abstractas de una multiplicidad de objetos sensibles disímiles. Establece una mecánica que busca en los caracteres o propiedades inteligibles abstraídas de las representaciones ideáticas lo que tienen de común. En la perspectiva de lo más universal lo múltiple queda en el terreno de lo menos inteligible y de las matemáticas. También lo mutable deja de ser un carácter inteligible apenas se aumenta el grado de abstracción y la idea se hace más universal, pues la relación ontológica tiende a lo simple, condición de la unidad, que es lo opuesto a lo complejo, condición de lo mutable.

Para explicar la mecánica de la relación ontológica, es útil recurrir a la teoría de conjuntos de Georg Cantor (1845-1918), aunque su intención no haya sido referirse precisamente a esta relación. En ésta los conjuntos pueden someterse a sólo dos tipos de operaciones distintas: la unión y la intersección. La unión de dos o más conjuntos constituye un nuevo conjunto que comprende todos los elementos de los anteriores. La intersección de dos o más conjuntos es el nuevo conjunto que resulta de considerar sólo aquellos elementos que se encuentran en los anteriores conjuntos al mismo tiempo.

La unión se identifica con la síntesis ontológica, en tanto que la intersección, con el análisis. Tanto la síntesis como el análisis tratan de estructuras y fuerzas, ya sea para relacionar aquellas de una misma escala y obtener otra de una escala superior que las comprenda, o para disociar los componentes de una estructura o de una fuerza y manejarlos separadamente. Cuando la operación es del intelecto, las genéricas síntesis y análisis se especifican en la unión y en la intersección de Cantor, respectivamente.

Una relación ontológica vincula tanto a los individuos por alguna de sus funciones como a las estructuras por algún aspecto o cualidad. Por ejemplo, un conjunto puede contener individuos verdes o rojos y grandes o chicos. Se pueden establecer conjuntos de individuos o elementos verdes, rojos, grandes y chicos. En este caso los conjuntos de colores con los de tamaños se intersectan. También el conjunto de elementos verdes y el conjunto de rojos pueden unirse en el conjunto de elementos de color. Lo mismo puede ocurrir con el conjunto de elementos grandes y el conjunto de elementos chicos. Relacionar las cosas en forma ontológica es una capacidad intelectual que poseemos naturalmente. La filosofía se puede definir como el tratamiento de las relaciones (ontológicas) entre las cosas por lo que son en sí (los ‘qué son’), más que por sus manifestaciones o funciones (los ‘cómo son’).

Refiriendo la teoría de conjuntos a la relación ontológica, en el caso de la unión las ideas de varios elementos individuales o de varios conjuntos individuales pueden constituir la idea de un conjunto más universal. Por ejemplo, las ideas de gatos, loros, hormigas, hombres, cocodrilos pueden conformar la idea más universal de “animal”. Si la idea de gato la relacionamos con las de tigres, panteras, pumas, ocelotes y leones, obtenemos el conjunto de “felino” que es relativamente menos universal que el de animal pero más que el de gato.

En el caso de la intersección, la idea de un individuo, o de un conjunto particular, puede estar compuesta por dos o más ideas más universales. Por ejemplo, la idea individual de “gato” está compuesta por ideas más universales, como “felino” y “doméstico”, suponiendo, desde luego, que éstas sean los caracteres esenciales más significativos y distintivos de la idea de gato. Las ideas más universales se refieren a una mayor cantidad de entes que las menos universales. Pero cuando ocurre una intersección de ideas, es decir, cuando los géneros se especifican, en este caso, felino por doméstico y doméstico por felino, el conjunto (o idea) resultante se restringe para designar a la totalidad de los individuos “gatos”. Adjetivando aún más una idea, como por ejemplo, la idea “gato” adjetivado con “negro de la tía Ana”, se puede llegar a lo individual y concreto, en este caso, al ‘gato negro de la tía Ana’.

No debemos confundir la naturaleza de las ideas con la naturaleza de las cosas, de las cuales construimos imágenes. En las cosas existen estructuras que son unidades discretas de estructuras de escalas superiores y están compuestas por estructuras de escalas inferiores que son sus propias unidades discretas. Por ejemplo, el aparejo de un buque a vela está compuesto por la arboladura, la jarcia y las velas. La arboladura es el conjunto de palos y vergas, la jarcia es el conjunto de todos los cabos y las velas es el conjunto de los paños de lona rebordeado por la relinga y que se larga en la arboladura y estayes. Por su parte, el aparejo es, como el casco, parte del buque.

De modo similar a la relación ontológica que puede especificarse, una acción, esto es, un verbo, puede especificarse relacionándola con una o más ideas que denominamos adverbios. La relación de dos o más ideas genera mayor conocimiento, y éste es verdadero si las ideas y su relación corresponden con la realidad.

En consecuencia, mediante operaciones de unión de conjuntos podemos avanzar hacia lo universal. Mediante operaciones de intersección de conjuntos podemos retroceder hacia lo individual. Por ejemplo, entre el Félix individuo y el ser universal puede mediar una cantidad de relaciones válidas: Félix es un gato; Félix es un felino; Félix es un mamífero; Félix es un animal; Félix es un ser viviente; Félix es un ser. En cada paso el predicado se hace más extensivo, abarcando más unidades, hasta identificarse con el universo. De igual modo, son válidas las relaciones entre términos intermedios. Por ejemplo, un gato es un felino; un mamífero es un animal; un felino es un ser, etc.

Lo singular no es cognoscible como idea, sino como imagen, pues no es susceptible de ninguna operación. Las cosas, como entes, pueden ser conocidas conceptualmente en toda relación ontológica únicamente por referencia a otros entes, y no en sí mismas. En sí mismas nos aparecen como imágenes. Naturalmente, aquello que sirve de referencia y que comparte con otros entes es su pertenencia a una estructura de escala mayor y a su funcionalidad distintiva.

El mecanismo que efectúa la relación ontológica es la abstracción, pues reúne los caracteres fenoménicos comunes de la pluralidad de entes en una sola esencia. Es conveniente, por tanto, volver a la abstracción. Ésta es una función psicológica de nuestra estructura cerebral por la cual se realizan una serie de operaciones. Primero, considera dos o más conjuntos. Segundo, los analiza separando sus elementos constitutivos. Tercero, compara los elementos. Cuarto, agrupa aquellos elementos similares en un nuevo conjunto. En consecuencia, por la abstracción se agrupan los caracteres comunes de diversos conjuntos en un nuevo conjunto que los contenga y que denominamos “idea”, sin importar la cantidad de conjuntos individuales, o representaciones, que lo compongan, pues lo que importa es que el resultado sea una entidad que conforma una unidad discreta de una estructura de escala.

El contenido de este nuevo conjunto es lo que denominamos “esencia”. Así, cada idea, que se refiere a un conjunto de entes, responde a una esencia específica, y una misma esencia puede ser compartida por otros entes de la misma escala. El hecho de que la esencia sea una característica propia del ente y no algo impuesto por el sujeto en forma arbitraria, como quiso Kant, responde a tres razones. Primero, el funcionamiento de nuestros cerebros es similar. Segundo, tenemos la capacidad para comunicarnos y compartir las mismas ideas o conceptos, traducidos a símbolos. Tercero, tanto la esencia como los caracteres que la conforman pertenecen a objetos de la realidad, y no al mundo de las Ideas. El único problema radica en nuestra capacidad para efectivamente aprehender la esencia en forma precisa, completa y desprejuiciada.

Mientras más universal es una esencia, mayor cantidad de entes individuales participan de ella; de igual manera, aunque ella sea considerada más fundamental, menor es la parte de la esencia individual que es participada, pues los caracteres, o elementos comunes, son menores. En la medida que los rasgos fenoménicos comunes son más básicos, éstos se pueden predicar de una mayor cantidad de individuos. El extremo absoluto de esta escala es la noción única de ser, la esencia más universal de todas, ya que ésta puede predicarse de todos los individuos que participan de ella y se extiende a la totalidad de los individuos del universo. El extremo absoluto opuesto corresponde a la pluralidad de los individuos singulares. Las unidades inteligibles, o esencias, entre ambos extremos están referidas, en el primer caso, a conjuntos más particulares y, en el segundo caso, a conjuntos más generales mutuamente especificados (o intersectados). En consecuencia, toda esencia se relaciona a las otras esencias en cuanto a la cantidad de entes y, en último término, a la unidad y universalidad del ser.

Por lo tanto, la relación ontológica necesita tan sólo una coordenada en el proceso del conocimiento: la cantidad. Con el objeto de poder visualizar este mecanismo podemos imaginar lo siguiente: a lo largo de su único eje se pueden ubicar los diversos momentos de conocimiento según pertenezcan a ideas más o menos abstractas. Uno de los extremos de esta abscisa queda ocupado por la multiplicidad de lo individual. Esta es una pluralidad de seres individuales sensibles, cada uno de los cuales es percibido y representado en tanto imagen como una singularidad, pero sin relevancia ontológica en tanto no se relacione con otros entes, pues el conocimiento objetivo es de lo plural, no de lo singular, la razón es que lo singular no está referido a algo. El otro extremo corresponde a la unidad de lo universal, es decir, al mismo ser, que comprende la totalidad de las cosas inteligibles, donde el ser no es una cosa, sino un concepto o una idea que se predica de todas las cosas en cuanto objeto de conocimiento. Entre medio se encuentran las ideas según su grado de universalidad.


El producto del conocimiento abstracto


El producto del proceso del conocimiento abstracto es el concepto o idea. Pero, primero, conviene hacerse la pregunta: ¿hasta qué punto el conocimiento obtenido en este proceso corresponde a la realidad objetiva? El proceso comienza con la estructuración de sensaciones a partir de las señales provenientes del objeto. Nótese que nuestra noción de objeto no es lo que el entendimiento provee, según la tradición kantiana, sino que denominamos objeto a aquello que es directamente externo a nuestro intelecto y que emite señales que nuestros sentidos pueden recibir; es decir, el objeto es una cosa referida a nuestro conocimiento. A partir de estas señales, los sentidos de sensación integran sensaciones para terminar produciendo percepciones que el intelecto organiza en imágenes. En una escala superior las imágenes conforman ideas, las que por la abstracción se consolidan en conceptos o ideas de carácter más universales. Las ideas, o conceptos, son las esencias de los entes, u objetos referidos a nuestro conocimiento conceptual. Nótese además que en este proceso no existe ninguna dualidad entre lo material y lo espiritual. Todo en él son fuerzas y estructuraciones cerebrales de representaciones psíquicas de estructuras y fuerzas existentes en nuestro universo de materia y energía.

El problema del conocimiento en esta perspectiva es que, a partir de la entrada de las señales en el sujeto que conoce, todo el proceso lo realiza el mismo sujeto en su sistema nervioso. Sin embargo, esta acción puede distorsionar el resultado final, que es la obtención de una idea que represente lo más fielmente posible al objeto real, procurando que la correspondencia entre el concepto y la cosa misma sea máxima. La estructuración de una imagen a partir de percepciones parciales puede ser bastante incompleta si no existieran experiencias previas que ayuden a completarla. Tarareemos una melodía recién escuchada o intentemos dibujar un objeto visto por algunos instantes. Ya en la escala de la imagen, ésta no puede considerarse, en esa primera etapa de la experiencia, como una representación fiel del objeto, ni mucho menos total. Probablemente, requeriremos mayores experiencias o ser expuestos a la acción causal del objeto. No otro propósito tiene la acción del pintor, quien, tras su lienzo, observa repetidas veces su modelo mientras va pintando su representación imaginativa en el lienzo, o la del estudiante, quien a fuerza de repetir su lectura llega a memorizar la lección.

En las experiencias las emociones no dejan de jugar un papel importante en cuanto a fijar nuestra atención y proveer un contexto de placer o dolor asociado y fácil e intensamente evocable. Consideremos, por otro lado, la acción de los publicistas que procuran asociar imágenes conocidas para conseguir una idea especial, asociada a una emoción placentera, que induzca en el sujeto la necesidad por un producto, pero separada de sus orígenes. Los artistas crean algo semejante. Ellos logran asociar en forma analógica imágenes auditivas, táctiles o visuales para conseguir un concepto imposible de describir verbalmente y que resalte algún carácter difícilmente perceptible. A veces, la imagen poco o nada tiene que ver con un objeto, aunque mucho con el misterio de la realidad, o con ideas difícilmente comprensibles por los medios corrientes.

También debemos considerar que el proceso es influenciado por las condiciones propias del sujeto, quien no sólo está determinado respecto a las condiciones espacio-temporales, por las que queda en una posición particular para recibir determinadas señales del exterior, sino que por sus mismas condiciones especiales que influyen poderosamente en el proceso del conocimiento, poniendo un toque distintivo y particular: su propia personalidad y carácter, sus emociones, sus intereses, su desarrollo personal u ontogénico, sus experiencias, etc.

Además, el sujeto se encuentra inmerso en una cultura determinada. Los condicionamientos culturales tienen, por su parte, una influencia decisiva sobre la percepción de la realidad particular, a la cual el sujeto se hace sensible, y del punto de vista adoptado sobre aquella realidad. La cultura consigue representar una realidad de un modo particular; con imponente autoridad logra establecer en el sujeto los parámetros mismos del proceso del conocimiento a través del sistema cultural de pensamiento adquirido mediante el lenguaje.

Si el proceso está tan condicionado, ¿qué posibilidad tiene el concepto obtenido para que sea verdadero y corresponda con la realidad? Por parte del individuo, y siempre que carezca de psicopatologías, las que tienden a distorsionar la realidad por carencia de la capacidad para unificar la multiplicidad, él tiene una necesidad biológica y social por la verdad, por cotejar permanentemente las diferentes etapas del desarrollo del proceso con la realidad. En ello no sólo le va su supervivencia, sino también la posibilidad de comunicarse con sus semejantes. Por parte de la cultura, la que tiene por objeto la subsistencia de la sociedad, el proceso de un conocimiento verdadero depende de la veracidad de las creencias que aquélla sostenga. Para conseguir una acción colectiva unívoca las ideas se exageran hasta el absurdo de los ideologismos. En el largo plazo, toda falsedad implica yerros y fracasos, de modo que existe una tendencia para una continua depuración del ethos cultural, lo cual garantiza de cierto modo que los valores culturales ayuden, más que impidan, la obtención de la verdad por parte del sujeto que conoce. Pero aquello que posibilita efectivamente la obtención de la verdad objetiva es la relación ontológica que tiene por fundamento la relación causal que la ciencia logra develar, y que analizaremos más adelante.

La relación ontológica no logra incluir el espacio y el tiempo, aquello que es múltiple y mutable, en la esencia de las cosas, por estar estos elementos indisolublemente vinculados con la singularidad de lo individual, por lo que, desde la perspectiva ontológica, éstos quedan al margen de lo inteligible, situación que no ocurre con la relación causal. En el caso de la perspectiva aristotélica de la dualidad forma-materia, si la esencia no puede contener ni el espacio ni el tiempo, es porque se supone erróneamente que su vinculación es con lo material y, por tanto, se entiende que estos parámetros simplemente no pueden acompañar a la esencia dentro del intelecto, a fortiori y emprejuiciadamente inmaterial.

A pesar de lo dicho, Karl Marx (1818-1883) pretendió explicar lo mutable empleando la relación ontológica. Invirtiendo la dialéctica idealista de J. G. Fichte (1762-1814) para referirse a lo material (entendiéndose por "material" lo opuesto de lo ideal), intentó establecer la mecánica del cambio. La explicó mediante un ordenado y hasta predecible ciclo de tres estados ontológicos: entes contrarios (la tesis y la antítesis), en una contradicción ontológica interna sin posibilidad de subsistencia, derivan en un tercer ente, síntesis de los anteriores y generador (la tesis), a su vez, de un contrario (la antítesis), y así sucesivamente, en una especie de convulsivos –revolucionarios– saltos rítmicos, generadores del cambio social.

En lo que no se contradijo con la relación causal es que la causa del cambio Marx la identificó con la fuerza, en este caso, con la fuerza social generada por la “lucha de clases”. Esta proviene, según él, de la tensión bipolar que van produciendo los distintos modos de producción económica que han surgido en la historia y que estarían estrechamente ligados a la propiedad privada de los medios de producción. Supuso que basta con eliminar este factor perturbador para terminar con el cambio social y poder llegar, al fin, a aquella sociedad estática y perfecta de paz, solidaridad y justicia tan soñada por el milenarismo, el que estuvo también en el ideario de una anterior revolución, aquella que proclamó la libertad, la igualdad y la fraternidad. Sin embargo, su dialéctica es irreal, pues el cambio no lo explica la relación ontológica, sino la relación causal, que es la que analizaremos enseguida.



Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unihum5c.blogspot,com/,  corresponde al Capítulo3, “La relación ontológica”, del Libro V, El pensamiento humano (ref. http://unihum5.blogspot.com/).