La
relación ontológica es una estructuración como producto de unir en la mente las
esencias de dos o más entes y obtener una unidad ideática más abstracta. La
unión es una síntesis que produce una idea más universal. Inversamente, la
intersección de dos o más conjuntos de ideas produce a través de este análisis
una idea menos universal. El fruto del proceso del pensamiento abstracto es la
idea o concepto.
Patricio Valdés Marín
La
esencia
Existen dos escalas en las relaciones ontológicas. La
escala menor relaciona la imagen de un objeto individual concreto con la
estructura ideática de la cual es una unidad discreta. Por ejemplo, mi vecino
Juan es un hombre o Micifuz es mi gato. La escala mayor de relación ontológica
relaciona dicha estructura ideática con otras estructuras similares y obtiene
una estructura conceptual de escala mayor y de la cual las anteriores forman
parte como unidades discretas. Además, para definir dicha estructura conceptual
con precisión, le agrega su función específica, que la caracteriza y la
diferencia de las otras unidades discretas. Por ejemplo, un hombre es un animal
racional o un gato es un felino doméstico.
De este modo, una relación ontológica es una
estructuración, a una escala menor, de unidades discretas de representaciones
de imágenes e ideas de entes más concretos para producir una idea. A una escala
mayor se estructura una unidad conceptual más abstracta que incluye solo ideas
como sus unidades discretas. Puesto que incluye otros conceptos que la definen
o la comprenden, se identifica naturalmente con una proposición. Una
proposición es la relación explícita y asimétrica (la relación simétrica es una
tautología) de dos o más conceptos o ideas. Únicamente los seres humanos
tenemos el poder de abstracción y de razonamiento que nuestra enorme capacidad
cerebral nos otorga para, en una primera instancia, abstraer ideas y generar
una relación ontológica. De esta relación, se obtiene una proposición que puede
ser altamente abstracta, en el sentido de llegar a no tener una referencia
directa con algo concreto.
La palabra ontología proviene del griego y significa
conocimiento de entes. Un ente es un ser, una cosa, pero en tanto es
inteligible; es lo que produce la esencia, aquello de la cosa que está referido
a nuestro conocimiento abstracto. Luego, un ente, por estar referido a nuestro
intelecto, es un objeto. Y lo que está referido de una cosa individual a nuestro
intelecto es la imagen de la cosa.
Toda cosa es una estructura funcional. Lo que
primeramente conocemos de la cosa son sus funciones que afectan a nuestros
órganos de sensación, o sus accidentes, en términos aristotélicos, o su
apariencia, el fenómeno, en términos kantianos. La “información” (Aristóteles
diría, por el contrario, la “forma”) que aporta la cosa es recibida por el
cerebro a través de los sentidos, y estructurada como percepción. Nuestro
intelecto, tal como el ojo que está adaptado a captar la gama de radiación más
intensa del Sol, ha evolucionado para poder conocer precisamente la realidad
como aparece. Lo que primero conocemos de una cosa es aquello que se manifiesta
concretamente de ella como percepción (visual, auditiva, táctil, etc.), y
segundo, en una escala mayor, conocemos su imagen.
Pero además, y en contra de la opinión de Kant, también
nuestro intelecto puede conocer la “cosa en sí,” el noumena kantiano. Ello lo efectúa mediante la relación ontológica a
partir del conocimiento de cómo funciona la cosa que conoce y con qué una cosa
se relaciona. El “cómo” funcionan las cosas deriva del conocimiento de las
relaciones causales que la ciencia empírica descubre en su actividad. De este
modo, la cosa en sí es una estructura que se comprende por ser parte de una
estructura de escala superior y por sus funciones que derivan del ejercicio de
las fuerzas de sus subestructuras, de escalas inferiores.
La abstracción es la capacidad de nuestro intelecto
para construir o estructurar relaciones ontológicas. No es, como lo entiende la
epistemología aristotélica, la asimilación o la captura de la forma inmaterial
de la cosa concreta por el intelecto. La forma contendría la esencia, y tras
tener la experiencia de uno de estos entes, se conoce al resto de los entes de
la misma forma. Se supondría que la esencia tiene una naturaleza anterior al
ente, pudiendo ser compartida por un número de ellos. Por el contrario, la idea
es una producción de nuestro pensamiento a partir de la experiencia de cosas
cuyas imágenes, y no sus formas, llegamos a conocer. Cuando relacionamos una
cantidad de entes por sus imágenes, no sólo distinguimos aquello que tienen en
común y que los diferencia del resto, sino que también los ubicamos como
perteneciendo o formando parte de otros entes. Aquello que los agrupa por lo
que tienen en común constituye una idea. Por ejemplo, si son artefactos que
tienen en común manubrio, sillín, dos ruedas y pedales, son ‘bicicletas’, y si
en vez de pedales tienen motor, son entonces ‘bicimotos’.
La esencia es aquello que toda cosa tiene en cuanto
objeto de conocimiento. Se compone de la esencia correspondiente a la
estructura de la cual es una unidad discreta, que es su parte genérica, y de la
esencia correspondiente a su propia función, que es su parte específica, por
ejemplo, planeta con biosfera, tablero apoyado-en-patas, rumiante lechero,
artefacto-volador autopropulsado. Aunque las esencias pertenecen a las cosas en
cuanto entes u objetos de conocimiento, pueden ser comunes a varias cosas y, en
este sentido, nuestro intelecto las relaciona antológicamente y obtiene una
idea de escala superior. Cada cosa tiene su propia esencia, que es lo que
afirman los nominalistas, pero también cada relación de entes toma aquello de
su esencia por lo que las cosas relacionadas en nuestra mente poseen en común.
Por lo tanto, si una imagen es la representación en la
mente de una cosa individual concreta, una idea es la representación del común
denominador de un conjunto de cosas individuales y/o conceptos abstractos, que
es la estructura de escala superior que las engloba, pues ésta relaciona en sí
misma una cantidad de entes más o menos concretos por lo que tienen en común.
La referencia de los diversos entes a una sola esencia es lo que se puede
denominar ‘relación ontológica.’ La relación ontológica corresponde a las
partes de las esencias de las cosas que son comunes entre ellas. El producto de
la relación ontológica es la idea o concepto. Entre la diversidad de cosas que
experimentamos algunas de ellas tienen un tronco enraizado en el suelo que se
proyecta hacia arriba en follaje. A tales cosas las podemos reunir bajo un
concepto que podemos denominar “árbol”, siendo su esencia el ser un vegetal
leñoso. Una relación ontológica termina por adquirir formalmente la estructura
de una proposición o un juicio que contiene un sujeto y un predicado. Cuando
advertimos que el follaje es verde, podemos decir “el árbol es verde”.
La
unión y la intersección
La relación ontológica se verifica sobre la base de la
cantidad de entes. En efecto, su mecanismo tiene por objeto la obtención de las
esencias, que son las unidades inteligibles, a partir de las ideas abstractas
de una multiplicidad de objetos sensibles disímiles. Establece una mecánica que
busca en los caracteres o propiedades inteligibles abstraídas de las representaciones
ideáticas lo que tienen de común. En la perspectiva de lo más universal lo
múltiple queda en el terreno de lo menos inteligible y de las matemáticas.
También lo mutable deja de ser un carácter inteligible apenas se aumenta el
grado de abstracción y la idea se hace más universal, pues la relación
ontológica tiende a lo simple, condición de la unidad, que es lo opuesto a lo
complejo, condición de lo mutable.
Para explicar la mecánica de la relación ontológica, es
útil recurrir a la teoría de conjuntos de Georg Cantor (1845-1918), aunque su
intención no haya sido referirse precisamente a esta relación. En ésta los
conjuntos pueden someterse a sólo dos tipos de operaciones distintas: la unión
y la intersección. La unión de dos o más conjuntos constituye un nuevo conjunto
que comprende todos los elementos de los anteriores. La intersección de dos o
más conjuntos es el nuevo conjunto que resulta de considerar sólo aquellos
elementos que se encuentran en los anteriores conjuntos al mismo tiempo.
La unión se identifica con la síntesis ontológica, en
tanto que la intersección, con el análisis. Tanto la síntesis como el análisis
tratan de estructuras y fuerzas, ya sea para relacionar aquellas de una misma
escala y obtener otra de una escala superior que las comprenda, o para disociar
los componentes de una estructura o de una fuerza y manejarlos separadamente.
Cuando la operación es del intelecto, las genéricas síntesis y análisis se
especifican en la unión y en la intersección de Cantor, respectivamente.
Una relación ontológica vincula tanto a los individuos
por alguna de sus funciones como a las estructuras por algún aspecto o
cualidad. Por ejemplo, un conjunto puede contener individuos verdes o rojos y
grandes o chicos. Se pueden establecer conjuntos de individuos o elementos
verdes, rojos, grandes y chicos. En este caso los conjuntos de colores con los
de tamaños se intersectan. También el conjunto de elementos verdes y el
conjunto de rojos pueden unirse en el conjunto de elementos de color. Lo mismo
puede ocurrir con el conjunto de elementos grandes y el conjunto de elementos
chicos. Relacionar las cosas en forma ontológica es una capacidad intelectual
que poseemos naturalmente. La filosofía se puede definir como el tratamiento de
las relaciones (ontológicas) entre las cosas por lo que son en sí (los ‘qué
son’), más que por sus manifestaciones o funciones (los ‘cómo son’).
Refiriendo la teoría de conjuntos a la relación
ontológica, en el caso de la unión las ideas de varios elementos individuales o
de varios conjuntos individuales pueden constituir la idea de un conjunto más
universal. Por ejemplo, las ideas de gatos, loros, hormigas, hombres,
cocodrilos pueden conformar la idea más universal de “animal”. Si la idea de
gato la relacionamos con las de tigres, panteras, pumas, ocelotes y leones,
obtenemos el conjunto de “felino” que es relativamente menos universal que el
de animal pero más que el de gato.
En el caso de la intersección, la idea de un individuo,
o de un conjunto particular, puede estar compuesta por dos o más ideas más
universales. Por ejemplo, la idea individual de “gato” está compuesta por ideas
más universales, como “felino” y “doméstico”, suponiendo, desde luego, que
éstas sean los caracteres esenciales más significativos y distintivos de la
idea de gato. Las ideas más universales se refieren a una mayor cantidad de
entes que las menos universales. Pero cuando ocurre una intersección de ideas,
es decir, cuando los géneros se especifican, en este caso, felino por doméstico
y doméstico por felino, el conjunto (o idea) resultante se restringe para
designar a la totalidad de los individuos “gatos”. Adjetivando aún más una
idea, como por ejemplo, la idea “gato” adjetivado con “negro de la tía Ana”, se
puede llegar a lo individual y concreto, en este caso, al ‘gato negro de la tía
Ana’.
No debemos confundir la naturaleza de las ideas con la
naturaleza de las cosas, de las cuales construimos imágenes. En las cosas
existen estructuras que son unidades discretas de estructuras de escalas
superiores y están compuestas por estructuras de escalas inferiores que son sus
propias unidades discretas. Por ejemplo, el aparejo de un buque a vela está
compuesto por la arboladura, la jarcia y las velas. La arboladura es el
conjunto de palos y vergas, la jarcia es el conjunto de todos los cabos y las
velas es el conjunto de los paños de lona rebordeado por la relinga y que se
larga en la arboladura y estayes. Por su parte, el aparejo es, como el casco,
parte del buque.
De modo similar a la relación ontológica que puede
especificarse, una acción, esto es, un verbo, puede especificarse
relacionándola con una o más ideas que denominamos adverbios. La relación de
dos o más ideas genera mayor conocimiento, y éste es verdadero si las ideas y
su relación corresponden con la realidad.
En consecuencia, mediante operaciones de unión de
conjuntos podemos avanzar hacia lo universal. Mediante operaciones de
intersección de conjuntos podemos retroceder hacia lo individual. Por ejemplo,
entre el Félix individuo y el ser universal puede mediar una cantidad de
relaciones válidas: Félix es un gato; Félix es un felino; Félix es un mamífero;
Félix es un animal; Félix es un ser viviente; Félix es un ser. En cada paso el
predicado se hace más extensivo, abarcando más unidades, hasta identificarse
con el universo. De igual modo, son válidas las relaciones entre términos
intermedios. Por ejemplo, un gato es un felino; un mamífero es un animal; un
felino es un ser, etc.
Lo singular no es cognoscible como idea, sino como
imagen, pues no es susceptible de ninguna operación. Las cosas, como entes,
pueden ser conocidas conceptualmente en toda relación ontológica únicamente por
referencia a otros entes, y no en sí mismas. En sí mismas nos aparecen como
imágenes. Naturalmente, aquello que sirve de referencia y que comparte con
otros entes es su pertenencia a una estructura de escala mayor y a su
funcionalidad distintiva.
El mecanismo que efectúa la relación ontológica es la
abstracción, pues reúne los caracteres fenoménicos comunes de la pluralidad de
entes en una sola esencia. Es conveniente, por tanto, volver a la abstracción.
Ésta es una función psicológica de nuestra estructura cerebral por la cual se
realizan una serie de operaciones. Primero, considera dos o más conjuntos.
Segundo, los analiza separando sus elementos constitutivos. Tercero, compara
los elementos. Cuarto, agrupa aquellos elementos similares en un nuevo
conjunto. En consecuencia, por la abstracción se agrupan los caracteres comunes
de diversos conjuntos en un nuevo conjunto que los contenga y que denominamos
“idea”, sin importar la cantidad de conjuntos individuales, o representaciones,
que lo compongan, pues lo que importa es que el resultado sea una entidad que
conforma una unidad discreta de una estructura de escala.
El contenido de este nuevo conjunto es lo que
denominamos “esencia”. Así, cada idea, que se refiere a un conjunto de entes,
responde a una esencia específica, y una misma esencia puede ser compartida por
otros entes de la misma escala. El hecho de que la esencia sea una
característica propia del ente y no algo impuesto por el sujeto en forma
arbitraria, como quiso Kant, responde a tres razones. Primero, el
funcionamiento de nuestros cerebros es similar. Segundo, tenemos la capacidad
para comunicarnos y compartir las mismas ideas o conceptos, traducidos a
símbolos. Tercero, tanto la esencia como los caracteres que la conforman
pertenecen a objetos de la realidad, y no al mundo de las Ideas. El único
problema radica en nuestra capacidad para efectivamente aprehender la esencia
en forma precisa, completa y desprejuiciada.
Mientras más universal es una esencia, mayor cantidad
de entes individuales participan de ella; de igual manera, aunque ella sea
considerada más fundamental, menor es la parte de la esencia individual que es
participada, pues los caracteres, o elementos comunes, son menores. En la
medida que los rasgos fenoménicos comunes son más básicos, éstos se pueden
predicar de una mayor cantidad de individuos. El extremo absoluto de esta
escala es la noción única de ser, la esencia más universal de todas, ya que ésta
puede predicarse de todos los individuos que participan de ella y se extiende a
la totalidad de los individuos del universo. El extremo absoluto opuesto
corresponde a la pluralidad de los individuos singulares. Las unidades
inteligibles, o esencias, entre ambos extremos están referidas, en el primer
caso, a conjuntos más particulares y, en el segundo caso, a conjuntos más
generales mutuamente especificados (o intersectados). En consecuencia, toda
esencia se relaciona a las otras esencias en cuanto a la cantidad de entes y,
en último término, a la unidad y universalidad del ser.
Por lo tanto, la relación ontológica necesita tan sólo
una coordenada en el proceso del conocimiento: la cantidad. Con el objeto de
poder visualizar este mecanismo podemos imaginar lo siguiente: a lo largo de su
único eje se pueden ubicar los diversos momentos de conocimiento según
pertenezcan a ideas más o menos abstractas. Uno de los extremos de esta abscisa
queda ocupado por la multiplicidad de lo individual. Esta es una pluralidad de
seres individuales sensibles, cada uno de los cuales es percibido y
representado en tanto imagen como una singularidad, pero sin relevancia
ontológica en tanto no se relacione con otros entes, pues el conocimiento
objetivo es de lo plural, no de lo singular, la razón es que lo singular no
está referido a algo. El otro extremo corresponde a la unidad de lo universal,
es decir, al mismo ser, que comprende la totalidad de las cosas inteligibles,
donde el ser no es una cosa, sino un concepto o una idea que se predica de
todas las cosas en cuanto objeto de conocimiento. Entre medio se encuentran las
ideas según su grado de universalidad.
El
producto del conocimiento abstracto
El producto del proceso del conocimiento abstracto es
el concepto o idea. Pero, primero, conviene hacerse la pregunta: ¿hasta qué
punto el conocimiento obtenido en este proceso corresponde a la realidad
objetiva? El proceso comienza con la estructuración de sensaciones a partir de
las señales provenientes del objeto. Nótese que nuestra noción de objeto no es
lo que el entendimiento provee, según la tradición kantiana, sino que
denominamos objeto a aquello que es directamente externo a nuestro intelecto y que
emite señales que nuestros sentidos pueden recibir; es decir, el objeto es una
cosa referida a nuestro conocimiento. A partir de estas señales, los sentidos
de sensación integran sensaciones para terminar produciendo percepciones que el
intelecto organiza en imágenes. En una escala superior las imágenes conforman
ideas, las que por la abstracción se consolidan en conceptos o ideas de
carácter más universales. Las ideas, o conceptos, son las esencias de los
entes, u objetos referidos a nuestro conocimiento conceptual. Nótese además que
en este proceso no existe ninguna dualidad entre lo material y lo espiritual.
Todo en él son fuerzas y estructuraciones cerebrales de representaciones
psíquicas de estructuras y fuerzas existentes en nuestro universo de materia y
energía.
El problema del conocimiento en esta perspectiva es
que, a partir de la entrada de las señales en el sujeto que conoce, todo el
proceso lo realiza el mismo sujeto en su sistema nervioso. Sin embargo, esta
acción puede distorsionar el resultado final, que es la obtención de una idea
que represente lo más fielmente posible al objeto real, procurando que la
correspondencia entre el concepto y la cosa misma sea máxima. La estructuración
de una imagen a partir de percepciones parciales puede ser bastante incompleta
si no existieran experiencias previas que ayuden a completarla. Tarareemos una
melodía recién escuchada o intentemos dibujar un objeto visto por algunos
instantes. Ya en la escala de la imagen, ésta no puede considerarse, en esa
primera etapa de la experiencia, como una representación fiel del objeto, ni
mucho menos total. Probablemente, requeriremos mayores experiencias o ser
expuestos a la acción causal del objeto. No otro propósito tiene la acción del
pintor, quien, tras su lienzo, observa repetidas veces su modelo mientras va
pintando su representación imaginativa en el lienzo, o la del estudiante, quien
a fuerza de repetir su lectura llega a memorizar la lección.
En las experiencias las emociones no dejan de jugar un
papel importante en cuanto a fijar nuestra atención y proveer un contexto de
placer o dolor asociado y fácil e intensamente evocable. Consideremos, por otro
lado, la acción de los publicistas que procuran asociar imágenes conocidas para
conseguir una idea especial, asociada a una emoción placentera, que induzca en
el sujeto la necesidad por un producto, pero separada de sus orígenes. Los
artistas crean algo semejante. Ellos logran asociar en forma analógica imágenes
auditivas, táctiles o visuales para conseguir un concepto imposible de
describir verbalmente y que resalte algún carácter difícilmente perceptible. A
veces, la imagen poco o nada tiene que ver con un objeto, aunque mucho con el
misterio de la realidad, o con ideas difícilmente comprensibles por los medios
corrientes.
También debemos considerar que el proceso es
influenciado por las condiciones propias del sujeto, quien no sólo está
determinado respecto a las condiciones espacio-temporales, por las que queda en
una posición particular para recibir determinadas señales del exterior, sino
que por sus mismas condiciones especiales que influyen poderosamente en el
proceso del conocimiento, poniendo un toque distintivo y particular: su propia
personalidad y carácter, sus emociones, sus intereses, su desarrollo personal u
ontogénico, sus experiencias, etc.
Además, el sujeto se encuentra inmerso en una cultura
determinada. Los condicionamientos culturales tienen, por su parte, una
influencia decisiva sobre la percepción de la realidad particular, a la cual el
sujeto se hace sensible, y del punto de vista adoptado sobre aquella realidad.
La cultura consigue representar una realidad de un modo particular; con
imponente autoridad logra establecer en el sujeto los parámetros mismos del
proceso del conocimiento a través del sistema cultural de pensamiento adquirido
mediante el lenguaje.
Si el proceso está tan condicionado, ¿qué posibilidad
tiene el concepto obtenido para que sea verdadero y corresponda con la
realidad? Por parte del individuo, y siempre que carezca de psicopatologías,
las que tienden a distorsionar la realidad por carencia de la capacidad para
unificar la multiplicidad, él tiene una necesidad biológica y social por la
verdad, por cotejar permanentemente las diferentes etapas del desarrollo del
proceso con la realidad. En ello no sólo le va su supervivencia, sino también
la posibilidad de comunicarse con sus semejantes. Por parte de la cultura, la
que tiene por objeto la subsistencia de la sociedad, el proceso de un
conocimiento verdadero depende de la veracidad de las creencias que aquélla
sostenga. Para conseguir una acción colectiva unívoca las ideas se exageran
hasta el absurdo de los ideologismos. En el largo plazo, toda falsedad implica
yerros y fracasos, de modo que existe una tendencia para una continua
depuración del ethos cultural, lo cual garantiza de cierto modo que los valores
culturales ayuden, más que impidan, la obtención de la verdad por parte del
sujeto que conoce. Pero aquello que posibilita efectivamente la obtención de la
verdad objetiva es la relación ontológica que tiene por fundamento la relación
causal que la ciencia logra develar, y que analizaremos más adelante.
La relación ontológica no logra incluir el espacio y el
tiempo, aquello que es múltiple y mutable, en la esencia de las cosas, por
estar estos elementos indisolublemente vinculados con la singularidad de lo
individual, por lo que, desde la perspectiva ontológica, éstos quedan al margen
de lo inteligible, situación que no ocurre con la relación causal. En el caso
de la perspectiva aristotélica de la dualidad forma-materia, si la esencia no
puede contener ni el espacio ni el tiempo, es porque se supone erróneamente que
su vinculación es con lo material y, por tanto, se entiende que estos
parámetros simplemente no pueden acompañar a la esencia dentro del intelecto, a fortiori y emprejuiciadamente
inmaterial.
A pesar de lo dicho, Karl Marx (1818-1883) pretendió
explicar lo mutable empleando la relación ontológica. Invirtiendo la dialéctica
idealista de J. G. Fichte (1762-1814) para referirse a lo material
(entendiéndose por "material" lo opuesto de lo ideal), intentó
establecer la mecánica del cambio. La explicó mediante un ordenado y hasta
predecible ciclo de tres estados ontológicos: entes contrarios (la tesis y la antítesis),
en una contradicción ontológica interna sin posibilidad de subsistencia,
derivan en un tercer ente, síntesis de los anteriores y generador (la tesis), a
su vez, de un contrario (la antítesis), y así sucesivamente, en una especie de
convulsivos –revolucionarios– saltos rítmicos, generadores del cambio social.
En lo que no se contradijo con la relación causal es
que la causa del cambio Marx la identificó con la fuerza, en este caso, con la
fuerza social generada por la “lucha de clases”. Esta proviene, según él, de la
tensión bipolar que van produciendo los distintos modos de producción económica
que han surgido en la historia y que estarían estrechamente ligados a la
propiedad privada de los medios de producción. Supuso que basta con eliminar
este factor perturbador para terminar con el cambio social y poder llegar, al
fin, a aquella sociedad estática y perfecta de paz, solidaridad y justicia tan
soñada por el milenarismo, el que estuvo también en el ideario de una anterior
revolución, aquella que proclamó la libertad, la igualdad y la fraternidad. Sin
embargo, su dialéctica es irreal, pues el cambio no lo explica la relación
ontológica, sino la relación causal, que es la que analizaremos enseguida.
Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unihum5c.blogspot,com/, corresponde al Capítulo3, “La relación
ontológica”, del Libro V, El pensamiento
humano (ref. http://unihum5.blogspot.com/).